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Clemencia Miró Maignon, el talento desvelado

«Oh, tierra, abre tus brazos / y a tu entraña vayan, / para nacer en bosques de silencio, / estos hijos que mueren en plena / sed de vida, en un ímpetu claro / de victoria, / No habrá bastantes campos / para labrar sus fosas / y recoger su sangre, / ni bastantes palabras y laureles, / todos son héroes y su angustia / pura, / Las aguas llevan su dolor y quejas, / toda la España huellas / de sus pasos, / y en cada roca queda hincado / un grito, y en cada valle / un cántico, / En estas noches claras, / recostadas en ancha paz idílica, / un frenesí de muerte se derrama, / acoge, madre-tierra estos soldados / y pide a las estrellas / la eternidad de sus lejanas lágrimas». Otoño 1937.
Una voz propia

Clemencia Miró Maignon, el talento desvelado

POR MANUEL SÁNCHEZ MONLLO
Gran parte de la vida de Clemencia la entregó al estudio y memoria del padre. De su dedicación tengo ante mí centenares de escritos que me esfuerzo en ordenar en una tarea tal vez imposible como me manifestó tras intentarlo su sobrina Olimpia Luengo Miró. Leo con deleite sus manuscritos inéditos, numerosas páginas fragmentarias para su empeñado proyecto de biografía del padre, recuerdos del Miró no desvelado, el compartido en la intimidad familiar, ricos en detalles relacionados con su progenitor y con ella misma, rectificaciones a inexactitudes en biografías y en ensayos sobre Gabriel Miró escritos por otros autores en español, francés e inglés. Y también ensayos, artículos, fragmentos de novelas, cuentos, historias breves y poemas, que constituyen el luminoso universo literario de la alicantina Clemencia Miró Maignon, nacida en 1905 en el Barrio de Benalúa, entre pinos y frente al mar.






En Clemencia la personalidad poética es indisoluble de la humana. En sus escritos y cartas no se separa la mujer de la poetisa; su prosa poética es una constante. Con ánimo divulgador de este quehacer literario, contenido en amarillentas páginas custodiadas celosamente por su hermana y sobrinos, desconocido hasta ahora salvo para personas muy próximas, y como breve anticipo de la biografía de Clemencia en la que trabajo, traigo aquí retazos de diversos escritos que permitan a los lectores acercarse a la escritora y a su obra. Parte de este pequeño mosaico rememora su niñez en Alicante. En carta amiga decía: «Mi educación ha sido nula. Un mes, a los cinco años en el Colegio de Jesús María donde obstinadamente me ponían ejercicios de palotes cuando yo, con mi hermana ya devoraba cuentos, y otro mes en Barcelona oyendo al buen amigo Alfonso Nadal hablándonos de Historia y Geografía».

En estos recuerdos de infancia hay deliciosas y añosas estampas con la imagen del padre: «Cenaba en el Casino, sin querer, por compromiso. El Casino, para nosotras, pequeñitas, tenía un especial y respetuoso encanto. Al pasar por la calle de San Fernando todo estaba impregnado de frescor y de café helado. Vicentica me aupaba para que viera los salones con sus techos de complicado artesonado. Los caballeros jugaban al billar o leían periódicos, indiferentes; estaban en un palacio donde no podían entrar las niñas. Y, la terraza! Sillones de mimbre, mármoles, toldos, copas redondas azules, empañadas por el hielo, canastillas que contenían los frágiles espirales de los barquillos. Y la brisa del mar; ese olor a barcas de velas que arribaban a la tierra como si fuera el muelle el zaguán de una posada; los caballos-delfines descendían al más oscuro y ancho establo del puerto.


Papá fue al Casino, y al ratito llamó a nuestra puerta un criado enfundado en una librea verde. Nos traía de parte de papá una cestilla repleta de suculentas cosas».

De 1914 a 1920 vivió en Barcelona donde tuvo como profesor al compositor y amigo de su padre Enrique Granados. Cursó casi toda la carrera de violín con el afán de dar conciertos y viajar: armonía, solfeo, teoría, piano? A partir de 1920 vivió en Madrid con largas estancias estivales en Polop y Alicante. Una grave enfermedad que nunca logró superar, por la que hubo de pasar cuatro años -1931 a 1934- en la Clinique Beaulieu en Leysin, Suiza, truncó sus sueños de concertista. Su periplo viajero lo completa su escapada del asedio a Madrid durante la Guerra Civil permaneciendo en Inglaterra de 1938 a 1940, y su retorno residiendo allí los años 1947 y 1948.

En memoria de su padre

Clemencia no quiso ostentar el título de escritora pese a su abundante y variada producción literaria de gran calidad, por lo que el balance de su actividad ha quedado recogido por los estudiosos únicamente por lo mucho que hizo en memoria de su padre. Pero sería erróneo confundir las muestras de dedicación y cariño filial a su progenitor con su obra de creación. Es de justicia destacar el talento de Clemencia Miró, heredera de su padre en originalidad, sensibilidad e inspiración.


Juan Ramón Jiménez -que proclamó su admiración por Gabriel Miró, que promocionó la traducción de sus obras, censuró a Ortega y Gasset que no publicara trabajos del alicantino en la Revista de Occidente y se mostró contrariado cuando injustamente negaron al autor de El Obispo Leproso su ingreso en la Real Academia de la Lengua Española- también extendió su apoyo a Clemencia Miró para que publicase su obra poética. JRJ alentaba a las jóvenes poetas que despuntaban en su obra artística. Entre sus predilectas estuvieron Ernestina de Champurcín, Carmen Conde y Clemencia Miró. Durante 1928 a 1936 las tres mantuvieron contacto directo con el más celebrado poeta español y recibieron su aliento. Sobre sus conversaciones escribió Clemencia: «Yo recuerdo que una tarde, en casa de Juan Ramón Jiménez, el poeta me preguntó: Cuándo va V. a publicar? Publicar? Para qué!, contesté yo irreflexivamente. El poeta me miró con reproche y exclamó: Cómo que para qué? Pues para aquel lector que quizás usted nunca conozca, lejanísimo. Es nuestro deber escribir para ellos. Efectivamente; nada más generoso que ofrecer nuestras páginas a un ser desconocido, invisible. En lo más distante de la tierra habrá un lector que comprenda nuestro modesto pensamiento -que le sirva de clave o consuelo al suyo-, y agradezca ese puro azar o deliberado intento nuestro de darle ese deleite. El mundo se empobrece por un afán de riquezas».

En 1953, tras su temprana muerte, escribió Carmen Conde en Informaciones: «Clemencia no buscó, sino que rechazó la popularidad; se negó ascéticamente todos los goces literarios externos a que tenía más derecho que ninguna escritora de su edad: la exacta conciencia del valer de su padre esterilizó precisamente lo que él más deseaba de ella: que se entregara a su obra, de hermosa apariencia y de estremecido contenido, olvidándose de que él precedía su paso como precede el resplandor del faro en mitad de las aguas, el paso frágil de la nave...»



En su legado quedan cartas de varios intelectuales que la admiraron, amaron y quisieron compartir su vida con ella: «Soy susceptible de todas las pasiones porque todas existen en mi; como un domador de animales feroces, las tengo enjauladas y atadas, pero a veces las oigo rugir. He ahogado varios amores al nacer. Por qué? Porque en esta seguridad profética de la intuición moral los sentía poco viables y menos duraderos que yo. Los he ahogado en provecho futuro del afecto definitivo. He penetrado y descalzado los amores de los sentidos, de la imaginación y de la sensibilidad; anhelaba yo el amor central y profundo. Me creo en él. No apetezco las pasiones de paja que deslumbran, consumen o secan; llamo, aguardo y espero el grande, el santo, el grave y serio amor que vive por todas las fibras y por todas las potencias del alma. Y si he de permanecer sola, prefiero dejar mi esperanza y mi ensueño a degradar mi alma.».
Amor por la música

Ante unos pañuelos de hilo con una inicial bordada hallados en la casa de su tía-abuela Teresa Miró, viuda del pintor Lorenzo Casanova, las sensaciones y el recuerdo familiar se posesionaron de Clemencia: «He sumergido mi rostro entre los pliegues de los pañuelos. He aquí de nuevo aquel aroma de sus muebles, de su casa en el Paseo de Gadea, de su huerto, de sus salones llenos de cuadros del marido pintor, de sus balcones donde temblaban las austeras persianas grises por el aire salino como un dios coronado de algas? Anhelante respiro ese pasado perdurable en un pequeño lienzo. Y ellos, los Miró, aquella espléndida raza, ya no viven, y he de dirigirme hacia una época lejanísima a mi vivir, desconocida, pero que siento en mi sangre y en mi pensamiento con una vehemencia prodigiosa, como si esas sombras se agruparan en torno mío y me dijeran: "Habla de nosotros, ahora que aún hay algo, que quede, al menos, un perfume entre esa inicial bordada, la de un nombre que aunque se grite no ha de obtener respuesta! Ese aroma sutil será como un guía en el camino que he de empezar a recorrer, de pronto, hacia el pasado».


Amó la música, como también lo hizo su madre: «Cuanto te agradezco mamá, que reanudes tus horas de música! Cada día necesito más de ese bálsamo de sonidos. Desgraciados los seres que no la comprenden! No encantarán delfines como Arión. Aunque oigan son sordos (en cambio Beethoven oía porque en su sangre, en toda su vida, se transubstanciaba su arte). La perfección es una suma. Armonía de armonías. El "poema de piedra" de una catedral, nos ofrece una belleza intrínseca de sabiduría. Sólo el técnico buscará el apoyo, las redes lineales de un arco atrevido, las proezas en ese esqueleto que es al mismo tiempo carne. Así, un músico se entusiasmará ante una obra musical y luego se complacerá en su estructura. Pero nosotros la amaremos sin detenernos en sus cimientos. Sólo nos envolverá y arrebatará su pureza. Nuestra soledad tiene en la música un dulce coloquio. Es sentir una compañía invisible, y es presentir el más allá sin congojas».

Se sintió profundamente apegada a su Alicante natal y a Polop y sus gentes, pasión que la llevó a habitar el que sabía su tiempo final en la Casa de Sigüenza en Polop. En carta de 1931 a su madre y hermana rememora las excursiones por senderos en los que dejó su huella junto a la de «Sigüenza», y expresa el deseo de construir la casa que Miró había proyectado en la tierra querida: «? me recreo pensando en aquellos días, todos nuestros días con papá, y nada roza ni enturbia la emoción esta vez muda de suspiros. Qué dulzura pues, sentiríamos en nuestro campo! Casa sencilla y ajustada a los proyectos que hizo papá. Allí, en su tierra! Habría rosas, madreselvas, jazmines, nardos, cipreses, una verja cercando el bendito paraje. Y montes, valles, mar, pisadas suyas también ya enterradas en los caminos. Leer a su lado los libros amados mirando esa tierra que nos abrazará un día. Viviendo como él quería vivir nos parecería darle vida».

Traigo aquí dos muestras de su creación poética publicadas en Hora de España (Barcelona, febrero 1938), en cuyo número también participaron Antonio Machado, Ernestina de Champurcin, León Felipe, Juan Gil Albert y José Bergamín. Uno escrito en Suiza el 27 de mayo de 1937, séptimo aniversario de la muerte de su padre, dice así: «No puedo ver esa montaña alpina / apretada de abetos y de nieve, / donde fue modelando mi deseo / tu figura yacente, / exacto tu perfil en cielo puro, /profunda paz , inmensa, en tu descanso, / No puedo ver tampoco en este Mayo / esa isla gris que encierra tu misterio, / que en su deriva inmóvil recibía / rosas y lágrimas, / y tu silencio, ahogado por la tierra, / nuestro mensaje más desesperado, / Sólo puedo mirar hoy tu mirada / que diste a este paisaje / o en sus caminos encontrar tu paso, / pero te sentiré vital junto a mi vida / sabiéndome hija tuya y escribiendo / con esta pluma que guió tu mano».

Conmovida por el horror de la guerra y los numerosos combatientes muertos publicó en la misma revista: «Oh, tierra, abre tus brazos / y a tu entraña vayan, / para nacer en bosques de silencio, / estos hijos que mueren en plena / sed de vida, en un ímpetu claro / de victoria, / No habrá bastantes campos / para labrar sus fosas / y recoger su sangre, / ni bastantes palabras y laureles, / todos son héroes y su angustia / pura, / Las aguas llevan su dolor y quejas, / toda la España huellas / de sus pasos, / y en cada roca queda hincado / un grito, y en cada valle / un cántico, / En estas noches claras, / recostadas en ancha paz idílica, / un frenesí de muerte se derrama, / acoge, madre-tierra estos soldados / y pide a las estrellas / la eternidad de sus lejanas lágrimas». Otoño 1937.
Una voz propia

En 1959, su hermana y sobrinos publicaron Clemencia Miró - Poemas, una selección de poemas -apasionados y de desolación, elegíacos, diversos y sin fronteras- escritos por Clemencia en castellano, inglés y francés. El prólogo de María Alfaro finaliza: «El genio y la inspiración de Clemencia Miró fueron extraordinarios. Sin duda, el espíritu de su padre, Gabriel Miró, estuvo siempre presente en torno suyo. Pero Clemencia tenía su acento propio, inconfundible y tan profundamente original que a nadie pudo parecerse. Y en esto también acusó la semejanza con el padre: únicos y desligados los dos de ajenas influencias».

Sin desmayo, con sonrisa clara y la mirada azul, como la del padre, consagró buena parte de su vida, con acierto extraordinario, a la recopilación y ordenación de la extensa obra de su progenitor publicada en Europa e Hispanoamérica. Su tarea callada, anónima, ha legado abundantes datos y documentación. Asesoró numerosas tesis escritas por ingleses, alemanes y norteamericanos poniendo a su disposición todo el archivo de Gabriel Miró y buena parte del trabajo realizado por ella. Y de forma simultánea a todo aquello Clemencia escribió sus poemas, cuentos, ensayos, artículos?

Entre lo publicado están su Bibliografía sobre Gabriel Miró en la Revista Hispánica Moderna; Biografía de Gabriel Miró, en La Gaceta Literaria y en Cuadernos de Literatura Contemporánea; el prefacio a las obras completas de su padre editado por Biblioteca Nueva, el prólogo a las Glosas de Sigüenza de Espasa-Calpe y Austral? Y magníficos artículos en El Liberal de Las Palmas, en Revista Hispánica Moderna de New York en 1936, en la Revista Nacional de Cultura de Caracas y en los libros homenaje a Gabriela Mistral y Walter Starkie. Merecen atención sus charlas en la BBC de Londres: en una de ellas en el Día del Recuerdo, 11 noviembre 1946, mostró su sensibilidad y compromiso leyendo su Poema en Cuatro Cantos para los Mártires en los Campos de Concentración; en otro programa de 1947 trató sobre Gabriel Miró y América. Uno de sus poemas de 1937 inspiró a Oscar Esplá una música bellísima que el compositor tituló, Campo de Cruces. Lied symphonique pour contralto et orchestre, que se estrenó en 1940 en Amsterdam, cantado por Alice Plató. Hay otros trabajos dispersos como lo publicado en El Lugar Hallado, revista editada en Polop en 1952 y en Imagen y Poesía en Alicante. Realizó traducciones de obras de Peter B. Keane, Grace S. Richmond, Charles Dickens y John Keats. Quedan inéditos ensayos, historias breves, ballets, novela, versos?

Al culto de Clemencia por su padre debemos la conservación y custodia de originales de su legado documental en el que veo ejemplares únicos y valiosos de primeras ediciones con abundantes modificaciones manuscritas por Gabriel Miró, así como ser impulsora y coordinadora de la publicación de los doce volúmenes de la prestigiosa Edición Conmemorativa de las obras de Gabriel Miró editadas desde 1932 a 1949, para lo que contó con la colaboración de Pedro Caravia. Los prólogos fueron escritos por Azorín, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Augusto Pi-Suñer, Ricardo Baeza, Pedro Salinas, Oscar Esplá, Dámaso Alonso, Salvador de Madariaga, Gerardo Diego y Antonio Maura.

Clemencia Miró Maignon trató a los escritores, poetas y editores más representativos de su tiempo de quienes recibió continuado apoyo. Pudo publicarlo todo y no quiso hacerlo. Dando luz a esta poetisa y escritora alicantina, celosa de su intimidad, dejo aquí este esbozo biográfico con retazos de su vida y de su obra.

https://www.informacion.es/cultura/2017/06/06/clemencia-miro-maignon-talento-desvelado-5919431.html?jr=on