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La noche del 4 al 5: cuando todo saltó por los aires

Me permito finalizar este blog sobre Ángel Rojas Veiga -al menos de momento y si no aparecen nuevos datos relevantes- con un episodio de ficción con el que trato de recomponer lo que sucedió en las últimas horas de vida de nuestro protagonista. Al no disponer de pruebas concluyentes sobre lo acaecido, utilizo este elemento narrativo, no con pretensión literaria -su estilo es sobrio y directo en extremo-, sino como recurso para suplir la ausencia de testigos directos o pruebas contrastables. 

El relato se apoya en datos y personajes reales, pero se complementa con otros elementos de ficción -algunos propios y otros basados en lecturas ya citadas a lo largo de esta investigación-. Las escenas de El Poblet, Atocha y la prisión de San Antón se ajustan casi al completo a los hechos históricos. La salida de la cárcel pasando por el cementerio camino de Los Dolores es la aportación más arriesgada de este trabajo, pero recoge la versión que considero más cercana a los hechos, después de haber descartado, una a una, todas las pistas e hipótesis encontradas. Los personajes de este último episodio, Emilio y Gonzalo, son ficticios, y sus nombres y apellidos, una combinación de los de tres generales que desencadenaron la Guerra Civil española y a quienes considero auténticos asesinos, no solo de Rojas, sino de tantas víctimas.

En el relato se relacionan dos conspiraciones que, aunque parten de iniciativas y objetivos distintos, se unen en el espacio y en el tiempo y contribuyen juntas a la victoria franquista y el final de la República: la conspiración casadista que, dentro del bando republicano, pretendía alcanzar un acuerdo con Franco al margen de Negrín; y la conspiración franquista de la Quinta Columna que, en el caso de Cartagena, buscaba entregar la base y la flota republicana allí fondeada directamente al bando sublevado.


 "Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas"

Petrer, 4 de marzo de 1939. Caída la tarde, la luna -casi roja- refleja su luz sobre las copas de los pinos. En el interior de la finca, en la más grande de las casas, asomado a una amplia ventana que mira al jardín central y a su pequeña fuentecilla,  Juan Negrín, abatido tras la dimisión de Manuel Azaña y el reconocimiento del régimen franquista por parte de los gobiernos conservadores de Francia e Inglaterra, dialoga con Jesús Hernández, ministro de Instrucción Pública y Sanidad, y persona de su confianza. Junto a ellos se encuentran también Benigno Rodríguez, su secretario político; Manuel Sánchez Arcas, subsecretario de Propaganda; Julián Soley Conde, su ayudante; y Antonio Cordón, todos ellos miembros del Partido Comunista.

     Ya han comenzado las sublevaciones. Ahora ha sido Cartagena y la Escuadra; mañana será Madrid o Valencia. ¿Qué podemos hacer? ¿Aplastarlas? No merece la pena. La Guerra está perdida. 

     Resista, presidente. Pero negocie la paz. Aún hay tiempo. La gente lo único que quiere es la paz. Falta comida. El cansancio de la guerra se aprecia en las caras demacradas. El ambiente se ha vuelto hosco, triste, trágico. Por todas partes se respira un sentimiento anticomunista porque muchas personas creen que somos los responsables de que la guerra se prolongue.

     ¡Que la gente quiere la paz! Yo también la quiero. Pero desear la paz no es propiciar la derrota. Mientras yo sea presidente no aceptaré una rendición incondicional de nuestro glorioso ejército, ni que por salvarnos unos centenares de personas comprometidas, vayamos a dejar que fusilen a medio millón de españoles. Antes de eso me pego un tiro.

     No todo está perdido, presidente. Hable con Casado. Impida que consume el golpe.

    ¿Casado? ¿Ese traidor? Ya intenté hablar con él e incluso le ofrecí el ascenso a general, pero su anticomunismo y su miedo a Rusia son enfermizos. No te imaginas la vigilancia a la que me sometía en Madrid. Quería que yo viviera en una casa que había preparado en el Paseo de Ronda, porque decía que era muy segura y me intentó poner una guardia especial escogida personalmente por él. Lo único que pretendía era seguir mis pasos. Siempre había alguien vigilando me moviera por donde me moviera. Tanto era el acoso, que sospeché que me quería preparar una encerrona y, naturalmente, gracias a ello pude escapar. Que hable con Casado, dices. Ese traidor avieso y medroso ha sido capaz hasta de llamar a Cisneros para que apoye su levantamiento. El propio Ignacio ha sido quien me lo acaba de advertir. Pero tienes razón, sí, le telefonearé, pero será para destituirle. A él y a sus compinches Miaja y Matallana.

Finca El Poblet, Petrer

Desde hace una semana, el Gobierno de la Segunda República Española ha fijado su residencia en esta finca rural de Petrer conocida como El Poblet, a la que militarmente llaman Posición Yuste. Durante los primeros años de la guerra, ha servido de colonia infantil para niñas y niños refugiados, de hospital militar y como centro de control aéreo. Se encuentra estratégicamente situada a pocos kilómetros del aeródromo de El Hondón, en Monovar, conocido como El Mañá o militarmente como Posición Dakar, y en una zona de probada lealtad republicana desde el inicio de la guerra, dentro del arco territorial comprendido entre Valencia y Cartagena, espacio idóneo para proceder a una evacuación ordenada a través de sus puertos.


Madrid, 4 de marzo de1939. Cercana la media noche, la luna, ya fría, pareciera espiar lo que sucede en una estancia de la calle Atocha. Allí, en la sede del Ministerio de Hacienda, recién salido de la Posición Jaca, se encuentra encerrado el coronel Segismundo Casado. Su úlcera de estómago le impide mantenerse en pie y permanece tumbado sobre el colchón, mientras dialoga por teléfono con otros generales para intentar asegurarse apoyo a su decidido levantamiento.

     Sólo nosotros, los generales, podemos librar a España de la guerra. Le doy mi palabra de que puedo conseguir de Franco mejores condiciones de las que pueda conseguir Negrín. Incluso puedo asegurarle que respetarán nuestra graduación. 

Revolcándose de dolor sobre su lecho, Casado comienza a recibir la visita de sus colaboradores: Julián Besteiro, a quien -si salen adelante sus planes- pretende nombrar presidente del Consejo Nacional de Defensa, del socialista Wenceslao Carrillo y del anarquista José García Pradas.

     Mi coronel. Por nues...tra parte todo está dis...puesto. -Besterio interrumpe constantemente su discurso, aquejado por una persistente tos-.  No pode...(tos)...mos continuar ya por más tiempo aceptando pasiva...(tos)...mente la improvisación, la carencia de orientaciones, la falta de organi...zación y la absurda inactividad de que da muestras el Gobierno del doctor Negrín. 

     En efecto. -Interviene ahora Wenceslao Carrillo-. Han pasado muchas semanas desde que se liquidó, con una deserción general, la guerra de Cataluña. Todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más solemnes momentos fueron olvidadas; todos los deberes, desconocidos; todos los compromisos, delictuosamente pisoteados. En tanto que el pueblo en armas sacrificaba en el área sangrienta de las batallas unos cuantos millares de sus mejores hijos, los hombres que se habían constituido en cabezas visibles de la resistencia abandonaron sus puestos

     Y ahora Negrín se esconde en un refugio para mantenerse a salvo y organizar su escapada. No puede tolerarse que en tanto se exige al pueblo una resistencia organizada, se hagan los preparativos de una cómoda y lucrativa fuga. No puede permitirse que, en tanto que el pueblo lucha, combate y muere, unos cuantos privilegiados preparen su vida en el extranjero. El Gobierno de Negrín carece de toda base legal en la cual apoyar su mandato.

Sede del Ministerio de Hacienda en la calle Atocha



 Mientras discuten los pormenores del levantamiento,  suena el teléfono.

     Al habla el coronel Casado, -responde con firmeza.

La voz de Negrín, que parece recuperar la energía, suena aún más firme:

      ¡Coronel Casado. Queda usted destituido!

     
— Mire usted, doctor Negrín, eso que dice ya no importa. Ustedes ya no son el Ejecutivo, ni tienen fuerza ni prestigio para sostenerse y menos para detenernos… Usted y sus consejeros amigos han pretendido adueñarse de España para servir a Rusia. La suerte está echada y no voy a retroceder”, -concluye Casado.-

Tres días antes, Casado se ha reunido con los generales Miaja, Matallana y Menéndez para exponerles su decisión de sublevarse contra el gobierno de Negrín sustituyéndolo por un "Consejo Nacional de Defensa" integrado por militares y por todos los partidos políticos y sindicatos, con excepción del Partido Comunista de España, y con la exclusiva misión de negociar la paz con Franco. 



El coronel Segismundo Casado, en primera línea, a la izquierda -con gafas-, junto al socialista Wenceslao Carrillo -con sombrero- y el resto del Comité Nacional de Defensa 

Cartagena, 4 de marzo de 1939. Cinco trimotores nacionales sobrevuelan la ciudad a baja altura. La luna llena ilumina tímidamente la plaza -hace ya dos años que no se enciende el alumbrado público- y el ruido de los motores aterroriza a una buena parte de la dividida población. No así a los rebeldes, que confían en el inminente desembarco de las fuerzas franquistas.

Aviones fascistas


    Tranquilo, Sabas. Calixto y los artilleros no tardarán en llegar. Ya no tendremos que beber más cada mañana ese nauseabundo recuelo que nos da el carcelero. -Antonio Ramos Carratalá, director de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, se dirige a sus compañeros de celda en la prisión de San Antón, el odontólogo Antonio Bermejo, el industrial José Sánchez Rosique, Antonio  Guindulain y Sabas Navarro. Todos ellos han sido detenidos y encerrados a principios de febrero por los agentes del SIM, acusados de encabezar la trama golpista de enmascarada como organización de socorro.-

     Ni dormir más sobre este suelo húmedo, -apunta Antonio Bermejo.

   — Ni sufrir más picaduras de pulgas y chinches, -añade Sanchez Rosique.

En la ciudad, paralelamente a la conjura la de los militares y marinos "casadistas", se organiza otra,  dirigida por unos 200 militares y civiles vinculados a la quinta columna franquista que pretende entregar la base y la flota a Franco.

     Tú, Rosique, Guindulain y Navarro, iréis con Molina al Parque de Artillería. Allí os ponéis a las órdenes del capitán Serna Carbonell. Habrá fusiles para todos". -Es nuevamente Antonio Ramos, cabeza civil visible de la sublevación.- Vosotros dos, Emilio Bahamonde y Gonzalo Vidal, os iréis a Los Dolores, a la emisora republicana con el teniente de navío Federico Vidal de Cubas. Os apoderáis de ella y comunicáis que la ciudad está a las órdenes del Generalísimo. Ya sabéis, proclamáis el lema de Arriba España, y comenzáis a emitir canciones nacionales. 

     Y recordad bien el texto del mensaje que habéis de leer: !Aquí la emisora Flota republicana en Cartagena, al servicio de España, ¡Cartagena ha sacudido el yugo marxista que la oprimía y se pronuncia en favor del caudillo Franco y de la auténtica España! ¡Viva Franco! ¡Viva España!, -explica Antonio Bermejo, otro de los líderes civiles.

     Y no olvidéis contactar con Franco. Le solicitáis lo que nos prometió, una división de la Escuadra Nacional, -añade Ramos.

Encabezada por el teniente de navío habilitado como capitán Fernando Oliva, jefe del Estado Mayor de la Base, la sublevación comienza en Cartagena hacia las diez de la noche con la detención del coronel Fernando Galán,​ que acababa de tomar el relevo del general Carlos Bernal. 

     ¿Y qué hacemos con el resto de presos?". -Es la voz de Pedro Bernal, director de la prisión, envuelto también en la trama golpista.


Prisión de San Antón, en Cartagena

En la misma prisión, junto a los encarcelados por apoyar la sublevación, se encuentran presos comunes y prisioneros por causas varias. Entre estos, figuran el comunista Victoriano Cánovas Padilla, cabo fogonero en el buque republicano Méndez Nuñez, y Ángel Rojas Veiga, telegrafista de Cabo de Palos, ambos encarcelados el día 31 de agosto de 1938 con acusaciones falsas relacionadas con la Batalla de Cabo de Palos, episodio acaecido justamente hace un año. Permanecen allí ajenos a la conspiración y en espera de un juicio en el que salga a relucir su inocencia.

    La orden es que todos los presos, sean franquistas, comunistas o comunes, sean liberados. Pero lo ideal es que por su bien y el de España se acojan al nuevo orden que será establecido en breve.

    ¡Yo jamás participaré de tamaña farsa!", -grita desde su celda Victoriano Cánovas.

     Allá tú, comunista ¿Y tú, gallego -dirigiéndose a Rojas-, tú si nos acompañarás, no? Siempre has dicho que eras partidario de la paz y eso es lo que nosotros queremos.

     Una cosa es la paz y otra rendirse a la insubordinación armada. Yo soy y seré fiel al orden establecido legalmente por el pueblo, a la República.

     Pero ahora el pueblo lo que quiere es la paz y llegar a un acuerdo con Franco para que no haya que derramar más sangre.

     Lo que el pueblo quiere ha de expresarlo en las urnas y verse reflejado en las Cortes, no ha de imponerse mediante las armas.

     Sí, Rojas, pero no seas ingenuo. Los republicanos tenéis la guerra perdida y los que no os cambiéis de bando vais a ser aniquilados por el nuevo régimen. Piensa en tu mujer y en tus hijos.

     Sí, claro que pienso en ellos y en los hijos de mis hijos, y es por ellos y por todo el pueblo que he luchado siempre por la República, por la democracia y la libertad. Y todo por lo que yo y tantas personas han luchado está ahora en peligro. Todos los logros, la cultura, la educación, la libertad religiosa, la igualdad entre mujeres y hombres, la no discriminación por raza ni por grado de riqueza, la igualdad de todos ante la ley...

En esto se suma a la conversación Pedro Bernal:

     Acaban de comunicarme que se ha consumado el alzamiento de los regimientos de artillería y de infantería naval, a las órdenes del coronel Gerardo Armentia. Por otra parte, el teniente coronel Arturo Espá se ha apoderado de las baterías de costa. ¡Ha estallado la sublevación!

Coincidiendo con las exclamaciones de júbilo, comienzan a escucharse leves golpes en la puerta de la prisión y aparece el oficial de guardia en busca del director:

     — Don Pedro, ahí llegan los artilleros.

Se presenta una patrulla armada al mando del brigada Montes. Con los artilleros vienen Calixto Molina y el agente de policía Alajarín, ambos conocidos de Pedro Bernal.

     Que se levante el rastrillo y pasen estos señores.

Dos oficiales de prisiones entran con los recién llegados mientras los artilleros quedan fuera, formados sin demasiado rigor. Algunos charlan con los soldados de la guardia que vigilan sin entusiasmo las calles adyacentes.

     ¿Qué, Molina, cómo marcha?, -interroga el director de la cárcel.

     Pues ya ve. Estamos sublevados, don Pedro, tanto usted como yo. Ahora toca que unos vayan hacia la emisora de la Flota republicana y otros al Parque de Artillería, donde nos espera el capitán Serna. Por mi parte, he de ir a buscar al coronel y acompañarle al Parque… Imagino su sorpresa cuando vea a estos señores en libertad y, por si fuera poco, instalados en el Parque. La suerte está echada y la que sea sonará.

     Ya está todo organizado. Que sea.

Los oficiales de prisiones van abriendo las rejas. De la primera celda salen los conspiradores franquistas, Ramos Carratalá, Bermejo, Sánchez Rosique, y Sabas Navarro. Abrazan a Calixto Molina y abrazan al director de la prisión. Los demás soldados se dedican a abrir otras celdas. Presos y liberadores no ocultan su alegría. Calixto Molina saca del cinto una pistola, y al tiempo que se la tiende a Bermejo, le dice: 

    Toma, ahora eres tú el jefe.

    Vamos para el parque, que nos esperan… Allá tenemos fusiles para todos.

  El director de la prisión se acerca a Calixto Molina.

     — ¿Usted va a quedarse en el parque? Se lo digo porque mi hijo estará allí; se llama Pedro Bernal Beltrí. Es muy joven…, que cumpla como corresponde, pero que no cometa imprudencias…

    — No se preocupe por nada. Como ya sabe, el coronel Armentia está con nosotros… Y el teniente coronel Espa está también sublevado en las baterías de costa. El señor Alajarín, aquí presente, es desde ahora el nuevo jefe de policía de Cartagena.

Estrechan las manos al director de la prisión, le palmotean los hombros y la espalda. Calixto Molina se dirige al brigada Luis Montes y a los artilleros.

     A vosotros os corresponde ahora vigilar a estos camaradas y conducirlos sanos y salvos a sus destinos. ¡En marcha, pues!

El primer grupo de liberados y sus liberadores se pone en camino hacia el Parque de Artillería desde la Alameda de San Antón. Allí practican algunas detenciones. 

Pedro Bernal les ve alejarse por las calles desiertas y oscuras; hostiles. Durante algunos momentos se oye el rumor de sus pisadas. El director de la prisión conversa con sus guardias.

     — ¿Qué va a suceder ahora? ¿La iniciativa que hemos tomado en Cartagena se estará repitiendo en Madrid, en Valencia, en Murcia, en Alicante, en Albacete…? Seguro que los capitostes y los elementos  más comprometidos huirán en la escuadra, eso es lo que va a pasar y quizá sea lo mejor. Permanezcan ustedes atentos; si trajeran nuevos detenidos, los ingresan en las celdas y me avisan; no voy a acostarme por ahora…

Cuando los primeros liberados llegan al Parque, se desata la euforia. Allí se han reunido la mayor parte de los conjurados y algunos prisioneros que se niegan a apoyar la conspiración.

    — ¡Arturo! Soy el capitán Serna. ¡Ya están aquí, acaban de llegar los de la prisión con los artilleros que les han custodiado! Tenemos a don Antonio Ramos, a Bermejo, a los señores Guindulain, Sabas Navarro, Rosique… Calixto Molina y Alajarín han venido con ellos y Calixto sale ahora en busca del coronel para que tome el mando." Desde su despacho, el capitán Serna Carbonell se comunica por teléfono con el teniente coronel Arturo Espá.

Mientras tanto, la prisión de San Antón se sique vaciando. La mayoría de los presos que son ajenos al levantamiento optan o por huir. Otros, confusos, esperan que la situación se aclare y no sean declarados prófugos. 

Emilio, Gonzalo y otros presos se encaminan con el teniente de navío Federico Vidal de Cubas a la emisora de Los Dolores. 

    — Tú, Rojas. ¿Te decides o qué?

    — No, yo no voy. Me quedo aquí. Solo obedeceré órdenes del poder republicano establecido por el pueblo. Mientras tanto, no me muevo.

    — Verás si te mueves o no. Como la república ya no tiene ningún poder... decidiremos nosotros por ti. -Emilio, encañona a Rojas con una pistola del nueve largo.- Nadie mejor que tú conoce los secretos de las ondas. Nos serás de gran ayuda en la emisora.

Con la pistola en la nuca, Rojas, obligado a salir de la prisión, camina sin perder su compostura por la Fuente de Cubas en dirección a Los Dolores. 

Después de marchar un rato nerviosos, en silencio, atentos al ladrido de un perro o al chirriar de los ejes de un carro campesino, se detienen junto a una casilla abandonada.

    — ¡Muchachos! Un grupo de vosotros os quedáis aquí de guardia vigilando  la carretera; coche que pase, coche que detenéis. Consigna: «Por España y por la Paz». A quien no conozca la consigna, lo arrestáis sin más explicaciones. Cuando reunáis a un número de detenidos, tres o cuatro por ejemplo, o cinco, si se tercia, los conducís a la prisión de San Antón y allí los entregáis. Con un par de vosotros, una pareja, basta y sobra para la conducción. El resto continuáis hacia la emisora y nos esperáis a Gonzalo y a mi antes de entrar.

Emilio hace un gesto a Gonzalo para que lo acompañe y se apartan del resto del grupo, obligando a Rojas a marchar con ellos.

     — ¿Dónde vamos?, -interroga Gonzalo.

    — A enseñar a este caballero quién manda en España. Acompáñame, valiente. Vamos a la puerta del cementerio. Allí vas a decir algo mejor que Por España y por la Paz, vas a gritar Arriba España. Te voy a enseñar yo. O vienes a la emisora o te vuelo los sesos", -grita Emilio desafiante.

   — Déjale, Emilio. Es un buen hombre. Nunca nos ha negado algo de comida ni ropa de abrigo cuando le lleva su familia. Siempre nos ha escuchado y respetado aunque no pensara como nosotros. Conozco a su mujer,  es muy religiosa y amiga de mi hermana. Su hijo nos ha hecho decenas de recados cuando viene a ver a su padre. ¿Qué le diremos cuando venga mañana como cada día a verle, se encuentre la prisión casi vacía y pregunte dónde está su padre?, -interviene Gonzalo.

   — Ya se encargará Bernal de aleccionarlo. Y si nos busca, ¿qué vamos a decirle?, pues que lo han matado los rojos. Él nos creerá. Se oyen rumores de que la 206.ª Brigada Mixta viene camino de Cartagena y probablemente mañana esté ya aquí. Le daremos al joven un arma para que nos acompañe a vengar la muerte de su padre. Con suerte hasta viene con nosotros. ¿O prefieres acompañarnos tú ahora a la emisora, Rojas, y evitar tu muerte y ver a tu propio hijo marchar con los falangistas?

     — Sois unos cobardes. ¿Así pretendéis levantar España, con crímenes y mentiras?

    — Termina, Emilio. Si vas a matarlo, hazlo ya, se oyen pasos cerca, -sentencia Gonzalo.

Emilio empuja a Rojas hacia un lado.

      ¡Gallego! Estás a tiempo, grita con nosotros. Arriba España.

La luna, blanca, proyecta tres sombras sobre la tapia del cementerio.

    República, República siempre. ¡Viva la República!