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XIII. Carta desde la cárcel




Prisión de San Antón, en Cartagena*

"Mi querido amigo: Me han sido transmitidas sus gratas noticias con las expresiones laudatorias hacia mi, que ud. estima justas, de saber mi situación y del interés al efecto de que no continúe privado de libertad, cuyas contesto yo para mayor satisfacción de ud.

Continúo aún en la prisión, pero he de hacerle patente para su tranquilidad que fui tratado con caballerosidad por los agentes de la autoridad y continúo recibiendo buen trato en la reclusión, disfrutando de perfecta salud.

Espero, sin duda alguna, que las cosas se pondrán en su lugar, que se aclarará el malentendido y me hallaré en libertad dentro de breve plazo.

La valiosa gestión de persona que como ud se sacrificó de buena fe en favor de la democracia es siempre de indudable valor y eficacia, pero confío en que sin necesidad de poner en juego sus medios, se aclarará pronto la situación, no obstante, conociendo su interés por mis cosas, dejo a ud. en libertad para que obre como estime oportuno, una vez conocida mi situación.

Reciba la expresión de gratitud de los míos y mía con un fuerte abrazo de su affmo. y buen amigo". A. Rojas

Carta escrita desde la cárcel de San Antón. Está fechada el 12 de diciembre de 1938 y lleva el sello de la censura. Estaba dirigida a su amigo, reconocido republicano que hacía gestiones para sacarlo de la cárcel, José Juan Altimir Bolva, fundador y director gerente de "Salinera Catalana, S.A.", empresa explotadora ​de las salinas de Cabo de Palos, y residente en Buenos Aires. 

En ella habla de que espera salir pronto y que confía en la democracia y en que se aclare el malentendido.


El día 31 de agosto de 1938 entró en la prisión de San Antón, según figura en el documento de la Causa General. No obstante, en la declaración de su viuda, Rita Ferrer Solano, se señala que fue detenido el 30 de junio de ese año. Si no hubo error de algún funcionario confundiendo el mes 6 con el 8, hipótesis más probable, pudo suceder que durante estos dos meses Rojas Veiga permaneciera detenido en alguna de las checas que había en Cartagena. Rita Ferrer contaba que la detención de su marido tuvo lugar con gran violencia, hecho que pudiera hacer pensar en la acción de una conocida brigada, "célebre" por sus registros y paseos, que tenía su checa y centro de operaciones en la Plaza de Roldán, junto a la plaza de México (hoy de la Merced). Sus registros, extremadamente meticulosos, duraban horas y cualquier atisbo de sospecha, lo que incluía el mínimo objeto religioso, podía suponer la detención. 

La organización policial en la zona republicana. La comisaría de Cartagena (José María Miguélez Rueda) La Comisaría de Cartagena durante la Guerra Civil

Otra conocida checa era la del Castillo de la Atalaya. Allí los detenidos eran interrogados con métodos violentos sobre presuntas actividades de espionaje o relación con el bando enemigo.  Había otra checa en la plaza de la Pasionaria, hoy Glorieta de San Francisco, y las había también en la plaza de España, en la plaza de Castellini y en La Algameca Chica.

No obstante, no hay constancia alguna de que Ángel Rojas Veiga pasara por ninguna de estas checas ni por otra prisión provisional, ni de que fuera detenido por una de las patrullas "extralegales" que, con permisibilidad por parte del gobierno de la República, actuaban a sus anchas en la zona republicana.

La hipótesis más fuerte es que, ya fuera por error tipográfico o por confusión, el mes 8, agosto, fuera cambiado por el 6, junio, siendo el 30 de agosto cuando fue detenido Rojas y el 31 cuando quedó registrado su ingreso. Rojas Veiga había sido acusado en falso por Ángel Balsera, persona próxima a él (por celos, venganza o interés personal) de haberse comunicado por el radiotelégrafo con el bando franquista. En ninguno de los informes de la Causa General figura con claridad el motivo de su encarcelamiento. Se señala que Ángel Rojas y Victoriano Cánovas ingresaron en la cárcel por "causas varias".

En el caso de que Rojas hubiera pasado los meses de julio y agosto en checas, en los que Rojas habría estado expuesto a todo tipo de interrogatorios y torturas, sus carceleros no habrían encontrado prueba suficiente para ajusticiarlo por lo que optarían por enviarlo a la prisión "reglamentaria" de San Antón. O habría sido el mismo Rojas quien, sabedor de su inocencia y con toda su confianza depositada en el gobierno de la República, quien pidiera su ingreso en la prisión para ser juzgado por el recientemente creado Tribual Popular, órgano legal republicano. Allí, sin duda, se sentiría mas a salvo. Pero la realidad es que Ángel Rojas nunca fue juzgado y la acusación, del todo falsa, nunca pudo ser probada.

Clara Campoamor, en su obra La revolución española vista por una republicana, nos da una pista sobre este tipo de situaciones:

"La falta de seguridad personal fue tal que muchas personas que, lejos de ser fascistas pertenecían a partidos no perseguidos por el gobierno, empezaron a suplicar a las autoridades que las pusieran a disposición de la Dirección de Seguridad, único medio –pensaban– de disfrutar de la protección de la ley, aunque fuera entre los muros de una prisión. Así, tanto este tipo de arrestos como los que se ordenaban de personas consideradas sospechosas acabaron llenando las cárceles."

Clara Campoamor -como testigo directo- relata la impunidad con la que funcionaban las patrullas de milicianos extremistas -principalmente de anarcosindicalistas y comunistas-, cómo elaboraban sus listas -incluyendo en ellas a inocentes denunciados por cualquiera-  para después irrumpir ilegalmente en sus casas:

"Actuaba a escondidas del gobierno una «justicia popular» ciega y cargada de odio, obedeciendo a resentimientos de clase o a los partidos en lugar de defender la República".

"Se registraba el domicilio de las personas incluidas en las listas. Si no las encontraban, las buscaban en casa de familiares o amigos".

"En esas listas figuraban en primer lugar los sacerdotes, frailes y religiosas, los miembros de Falange Española, los de Acción Popular, los del Partido Agrario y luego los miembros del Partido Radical. Y también los patronos contra los cuales existían denuncias ante los tribunales laborales. Se incluyeron también en esas listas los nombres de personas denunciadas aunque fuese sólo por algún chiquillo o por gente deseosa de satisfacer su propio rencor... (Hubo gran) número de personas asesinadas a raíz de una simple denuncia, por venganza personal, por rencor, o simplemente, y de esto hubo muchos casos, porque el denunciado era acreedor del denunciante."

La gran defensora del sufragio femenino en España explica cómo el gobierno de la República fue incapaz de controlar los desmanes dentro del propio bando. Se refiere aquí a la situación en Madrid:

"El gobierno hizo un esfuerzo y, las primeras noches, intentó detener aquellas patrullas sanguinarias haciendo circular por toda la ciudad numerosos coches de guardias de asalto. Durante algunos días llegó a reducir el número de ejecuciones, pero, poco después, volvían a perpetrarse. Los guardianes de la ley se mostraban indiferentes o impotentes ante el número de verdugos que cumplían tan odiosa labor. Al principio se persiguió a los elementos fascistas. Luego la distinción se hizo borrosa. Se detenía y se fusilaba a personas pertenecientes a la derecha, luego a sus simpatizantes, más tarde a los miembros del partido radical del Sr. Lerroux, y luego –error trágico o venganza de clase– se incluyó a personas de la izquierda republicana… Cuando se comprobaban aquellos errores, se echaba la culpa de los asesinatos a los fascistas y se continuaba. Los muros y tapias de la Casa de Campo, cuartel general de las milicias, pudieron sentir, apretados contra ellos, los míseros y trémulos cuerpos de gente aterrorizada para la cual fueron el último contacto con la vida. Tras espeluznantes ejecuciones en masa efectuadas en la Casa de Campo, el gobierno, incapaz de impedirlas, cerró aquel enorme parque imposible de vigilar. Las ejecuciones de personas detenidas prosiguieron, con la única diferencia de alargar un poco la agonía del «paseo». Llevaban a la gente al depósito del cementerio municipal o a la Pradera de San Isidro, o bien a las carreteras que rodeaban la capital. El gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad. Iban a buscar a la gente en pleno día a su casa, a su trabajo o en la calle. Si no encontraban al que buscaban se llevaban a algún miembro de su familia."


Ángel Rojas Ferrer, hijo de Rojas Veiga,  contaba que que su padre había sido objeto de una rastrera traición y una mentira por parte de un "amigo", alguien que había estado en su misma casa y que le acusó en falso de haberse comunicado por el radiotelégrafo con el bando franquista, lo que probablemente había hecho él mismo. Pero sin embargo. Ángel Rojas Veiga, a petición de Juan Balsera y ante una posible acusación anterior al hermano de este, había escrito una carta de recomendación o defensa de Ángel Balsera, en la que declara textualmente: "Conozco desde hace muchos años al compañero de la misma, Ángel Balsera Rodríguez, en quien he venido observando muy notable celo en su actuación profesional en favor del Gobierno de la República desde principio del movimiento, cursando con especial interés las comunicaciones captadas, con tendencia, en todo momento, a contrarrestar la acción fascista en todo el transcurso de la guerra civil actual.

Que igualmente he observado, desde hace más de seis años, tendencia izquierdista en cuantas conversaciones le he oído, incluso manifestaciones de exaltado izquierdismo en distintas ocasiones."


Carta de Ángel Rojas Veiga en defensa del republicanismo e izquierdismo de Ángel Balsera, quien poco tiempo después le traicionaría


Otra de las escasas referencias que tenemos del falso acusador, Ángel Balsera, figura en el libro de Manuel López Lacárcel Recuerdos de un condenado a muerte. Se refiere al día 7 de marzo de 1939. Ese día hubo una reunión del Frente Popular en La Unión para tratar de los acontecimientos acaecidos en Cartagena los días previos. Se menciona a Ángel Balseras (con s), jefe ya de la Estación de Radio de Cabo de Palos tras haberle arrebatado el puesto a Ángel Rojas Veiga y se dice textualmente: "El jefe de dicha Estación-Radio de Cabo de Palos, Don Ángel Balseras, no inspiraba confianza y se temía que, al amparo de la situación provocada por la sublevación tomase partido por los franquistas y se sumara a la sublevación de la quinta columna". Los del Frente Popular tenían que encargarle a Balseras una transmisión, pero no se fiaban  de lo que pudiera reproducir y planearon una estratagema consistente en hacer creer a Balsera que la sublevación había sido sofocada. 



Relación de reclusos en la Prisión de San Antón de Cartagena desde el 19 de julio de 1936 al 29 de marzo de 1939. Cartagena a 25 de octubre de 1944. Causa General.  Pieza tercera de Murcia. Cárceles y sacas Archivo Histórico Nacional

El día 31 de agosto de 1938 entraron oficialmente en la prisión de San Antón, además de Ángel Rojas Veiga, Pedro García Corbalán, Jesús Cifuentes del Rey (quien aparece en la lista de sublevados miembros del Socorro Blanco y que había estado previamente preso en la misma cárcel entre octubre y diciembre de 1937), Manuel Caballero Hidalgo, Miguel Serrano Bautista, Victoriano Cánovas Padilla y Cesáreo Parra Neira. Todos salieron de la cárcel en el 38 salvo Ángel Rojas y Victoriano Cánovas Padilla que salieron el día 5 de marzo de 1939.

Victoriano Cánovas Padilla era fogonero en el buque republicano Méndez Nuñez, buque  que el 6 de marzo de 1938 participó en la Batalla de Cabo de Palos. Afiliado al Partido Comunista, sería encausado por el franquista Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo por el delito de "comunismo", condenado en mayo de 1940 y fusilado en marzo de 1941.  

Cesáreo Parra Neira era sargento de aviación, también republicano.

Jesús Cifuentes del Rey era oficial del ejército republicano, comandante de Artillería del Regimiento costero de Cartagena. Había sido ascendido a comandante en octubre del 36. Figura en la lista de componentes del Socorro Blanco. Ni Ángel Rojas ni Victoriano Cánovas figuran en esta lista.

Ángel Rojas Veiga, telegrafista de Cabo de Palos y Victoriano Cánovas Padilla, cabo fogonero del buque Alsedo y del Méndez Núñez, se encontraban detenidos en la cárcel de San Antón de Cartagena, a disposición del SIM, por causas variasfueron liberados por los sublevados a últimas horas de la noche del cuatro de marzo de 1939 o ya primeras horas del día 5 junto a tres detenidos por el servicio a disposición de los tribunales, cuatro relacionados en asuntos de espionaje, otros cuatro implicados en el intento de evasión del petrolero Campillo, tres cabecillas de la organización Socorro Blanco y tres componentes de la misma.

Según se informa en la Causa General, Ángel Rojas Veiga fue muerto al día siguiente (6 de marzo) en el paraje La Boticaria. Su viuda, Rita Ferrer, señala en su declaración que fue encontrado muerto el día 6 en la puerta del cementerio de San Antón, en Los Dolores.

Ese mismo día, en el paraje de La Boticaria figuran como muertos: Santiago Córdova Pérez (39 años, en la lista de pertenecientes al Socorro Blanco por ayudar a perseguidos y personas de derechas a huir a zona nacional), Antonio García Bernal (14 años), Juan García López (Jefe del Estado Mayor), Francisco Gómez López (23 años), Juan González López, Joaquín del Amo Gómez (52), Blas Martínez Guillén (40), Baldomero Peña López, Florentino Pérez Calín, Tomás Pérez Gómez, Isidoro Pérez Sánchez (56), Antonio Rosique, Enrique Salas Ferrer, Francisco Sánchez Inglés, José Sánchez Peralta (18 años). 

Ángel Rojas Ferrer, hijo mayor de Ángel Rojas Veiga, tenía 17 años cuando mataron a su padre. Iba diariamente a visitarlo a la cárcel recorriendo muchos kilómetros a pie. Probablemente le llevaba mantas o ropas secas. Quizás algo de comida. Los responsables de la prisión permitían a los familiares de los presos llevar colchones, mantas, camastros. Cuentan que en el recinto, pese a ser de nueva construcción, "todo rezumaba agua; el piso, las paredes, los cielos rasos cuando llovía". La edificación de la cárcel hubo de terminarse aceleradamente en 1936 para poder acoger la avalancha de detenidos. "Se había puesto en funcionamiento sin estar aún secos los materiales de construcción. No hubo tiempo de arreglarla y los presos se distribuían por el suelo sobre lonas, mantas o el enlosado". Las crónicas hablan también del "nauseabundo recuelo" que daban a los presos cada mañana.

La tesis  doctoral de Jesús Andrés López Bayardo Diversidad e ideología de los grupos conservadores: la quinta columna de Cartagena (1936-1939), dirigida por Pedro María Egea Bruno, recoge el ambiente de la cárcel de San Antón en aquellos años.


Rojas Veiga afirma en su carta que era tratado con caballerosidad por los agentes de la autoridad y disfrutaba de perfecta salud. No fue el caso de otros, que sufrieron los "interrogatorios" del llamado "Comité de salud pública y desinfección social" o la crueldad de carceleros, como el conocido "Bartolo", resentido por haber perdido a su hermano en un bombardeo, que se regocijaban en el sufrimiento de los presos, insultándolos con palabras soeces o retardándoles la entrega de paquetes y noticias de sus familias. 

Ángel Rojas Ferrer murió sin memoria (sufría demencia vascular), el 15 de agosto de 2003 en el hospital del Perpetuo Socorro del barrio de San Antón, a escasos metros del lugar donde estuvo encarcelado su padre, Rojas Veiga. También su madre, Rita Ferrer, había muerto sin memoria, en octubre de 1975, o la mil veces mencionada en este trabajo, Carmen Conde, a causa de alzhéimer, el 8 de enero de 1996. La enfermedad del olvido. “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria, no existimos y, sin responsabilidad, no merecemos existir." (Saramago).

Salida de la cárcel

El 5 de mazo de 1939, el director de la prisión de San Antón, Pedro Bernal Martínez, entre rumores de sublevaciones, golpes de Estado comunistas o de finalización de la guerra, recibe información de que una compañía de artilleros se va a presentar en la prisión para poner en libertad a los presos políticos y hacerse cargo de su seguridad. Avisa al guarda de la prisión de que no oponga resistencia ya que los artilleros no van a ir con intención agresiva. Entre los presos hay tanto republicanos como fascistas.

"En esta cárcel hay muchas personas decentes y de bien, por lo menos en el aspecto político y religioso, pues esta maldita guerra ha trastocado los valores y nadie ocupa el lugar que le corresponde. Desde que en julio de 1936 se inició la revolución, (Pedro Bernal, director de la prisión) se ha visto obligado contra su voluntad y usando del disimulo, a mantener entre rejas a ciudadanos honorables, mientras que ladrones y asesinos probados andaban sueltos haciendo de las suyas. Una situación semejante no podía prolongarse, y la hora de restablecer el orden parece que ha sonado...

...Una patrulla armada, que manda el brigada Montes, se presenta a la hora convenida a las puertas de la prisión. Con los artilleros vienen Calixto Molina y el agente de policía Alajarín, ambos conocidos de don Pedro Bernal.

-Que se levante el rastrillo y pasen estos señores...

...Los oficiales de prisiones van abriendo las rejas... En algún lugar lejano, suenan dos disparos".

Antonio Romero, Desastre en Cartagena



La Prisión de San Antón fue construida entre 1935 y 1936 por Vicente Agustí Elguero, arquitecto de la Dirección General de Prisiones. Era una de las más pequeñas de España, pero estaba considerada de las más seguras.

El 7 de septiembre quedó constituido en esta cárcel el Tribunal Popular, con objeto de "juzgar a los encartados en el movimiento faccioso”. Los juicios se celebran en la misma cárcel. Como ésta se iba quedando pequeña, se decidió poner en libertad todos los presos  que había por delitos comunes.

El Tribunal Popular de Cartagena  estuvo funcionando hasta finalizar la contienda en 1939. De las 596 personas detenidas por motivos políticos en Cartagena, el Tribunal Popular de la ciudad juzgó a un total de 434, siendo el resto de detenidos liberados o represaliados extrajudicialmente, como en el caso de Ángel Rojas Veiga.

El 15 de octubre de 1936 tuvo lugar la mayor “saca” de prisioneros: 49 reclusos fueron conducidos a las tapias del cementerio de Nuestra Señora de los Remedios, donde fueron ejecutados.

Hasta 2002, la cárcel de San Antón funcionó como centro de reclusión para presos comunes y político-sociales. Ese año se convirtió en Centro de Acogida de presos con régimen abierto de tercer grado y como tal funcionó hasta junio de 2010. En julio de ese año pasaría a ser Centro de Inserción Social de Cartagena. 

El 7 de septiembre de 2018 se incoa procedimiento de declaración de bien inventariado a favor de la antigua Prisión Central de Cartagena, conocida también como Cárcel de San Antón. Más información

 

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