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El Ángel Rojo: morir por las ideas, pero no matar por ellas

"Luchó por los derechos de los presos, fueran del bando amigo o enemigo y quizá por eso, muchos años después, sería enterrado en el cementerio de San Justo. Aquella noche, cuando salvó a Ramón, a Fausto y a los otro cuatro detenidos, el ángel rojo se recostó satisfecho en el asiento de su automóvil, encendió un puro y miró al joven soldado que conducía. ​—Apréndete una cosa, hijo, por las ideas se puede morir, pero no matar. Apréndetelo bien". 

"Y así había sido, Ramón y Fausto fueron salvados por la gracia de Melchor Rodríguez García, que se conocería muy pronto como “el ángel rojo”, un obrero de oficio chapista, militante de la CNT, que fue nombrado en noviembre de 1936 Delegado especial de prisiones, y que fue tan defensor de la justicia republicana como enemigo de la injusticia"

 "Otoño y nueces" de Mónica Moreno Fernández- Santa Cruz

Melchor Rodríguez, el ángel rojo


Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo

«...Melchor Rodríguez, anarquista. Antiguo director de las prisiones republicanas. De este sujeto que se pasea libremente por las calles de Madrid con los fascistas, el diario fascista Ya de 21 de abril de 1939, a la vez que insertaba una foto suya, afirmaba: "Melchor Rodríguez que, desde su puesto de director de Prisiones de la región del Centro, defendió valientemente a miles de nacionales encerrados en las cárceles rojas". Y después se incluye la siguiente entrevista:

-¿Por qué Vd., siendo anarquista, salvó la vida a tantos nacionales en el periodo rojo?

-Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos... a aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas.

-¿Le resultó fácil?

-Ahora puedo decir con satisfacción que a menudo me arriesgué a perder la vida propia por salvar las de otros. Muchas veces en mi propio despacho me apuntaron al pecho con el cañón de un revólver. Salía del problema echándole valor. Cuando regresé a Madrid después de haber salvado de la muerte a 1.532 presos en Alcalá, tuve que escuchar unos tremendos insultos y amenazas de jefes de relevancia que hasta llegaron a acusarme de ser un fascista.

Tuve a menudo la posibilidad de huir de la zona republicana, pero no la aproveché, porque ¿quién se hubiese preocupado de los 12.000 presos que había en las cinco cárceles de Madrid, y de los 1.500 en la de Alcalá, de las 28 personas escondidas en mi casa y de muchas, muchas más? Solamente yo podía hacer esto. Ahora debo decir que estaba solo en este asunto. Ninguno de ellos, de los rojos, me prestó ayuda...»

Del informe, Stepánov (Stoyán Minéyevich Ivanov, alias Stepánov, fue un agente de Stalin en la España republicana. En 1939 redactó un prolijo informe sobre las que, en su opinión, fueron las causas de la derrota de la Repúblicana)

El Ángel Rojo


"Personaje histórico y singular absolutamente apasionante con un papel infravalorado hasta ahora durante la Guerra Civil y en la trayectoria del anarcosindicalismo español. El Ángel Rojo, como es conocido, defendió a ultranza siempre, aun a riesgo de su propia vida, todo aquello en lo que creía y puso fin a las lamentables sacas producidas a principios de la guerra, sacas que se cobraron la vida de miles de españoles. Director de Prisiones, evitó vejaciones en las cárceles y ejecuciones irregulares y arbitrarias. Tras la guerra, fue detenido y juzgado. En uno de los consejos de guerra al que fue sometido, en una escena casi de película, solo el testimonio del general del bando nacional Muñoz Grandes y miles de firmas de personas a las que había salvado, de todo sesgo político, evitaron que lo condenaran a pena de muerte".

Del prólogo de Os salvaré la vida, de Joaquín Leguina y Rubén Buren




Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver,

aunque nos espere el dolor y la muerte, contra el enemigo nos manda el

deber.

El bien más preciado es la libertad, hay que defenderla con fe y con valor.

Alta la bandera revolucionaria, que del triunfo sin cesar nos lleva en pos.

¡En pie, pueblo obrero, a la batalla!

¡Hay que derrocar a la reacción!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas, por el triunfo de la Confederación!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas, por el triunfo de la Confederación!

La Varsoviana, himno anarquista

Melchor Rodríguez García (Sevilla, 30 de mayo de 1893-Madrid, 14 de febrero de 1972) fue un sindicalista y anarquista español, concejal, delegado de prisiones y brevemente alcalde de Madrid, durante la guerra civil española. Fue conocido como El ángel rojo por su labor humanitaria para evitar asesinatos de presos en el bando republicano desde su puesto como delegado de prisiones.

Azulejo a Melchor Rodríguez García en la casa de Triana donde nació


Hijo de Isidoro Rodríguez y María García, nacido en la calle San Jorge, actual número 23, en el barrio de Triana en Sevilla. Melchor quedó huérfano de padre siendo un niño, al morir aquél en un accidente en los muelles del Guadalquivir. Su madre, costurera y cigarrera, tuvo que ocuparse por sí sola de sacar adelante a Melchor y a sus dos hermanos.

Acuciado por la pobreza, Melchor comenzó a trabajar en Sevilla como calderero y luego como torero, hasta que, hacia 1921, se trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista y se afilió a la Unión General de Trabajadores (U.G.T.). Pronto se sintió atraído por el Movimiento Obrero de la capital, y se afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de su fundación (carné n.º 3). Poco después fue nombrado presidente del Sindicato de Carroceros, de corte anarquista, y pasó a militar en las filas de la CNT, donde comenzó la lucha en favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la prisión en innumerables ocasiones durante la monarquía y la Segunda República.


Al estallar la Guerra Civil Española en 1936, las organizaciones anarquistas cooperaron con el gobierno. El 10 de noviembre Melchor Rodríguez fue nombrado delegado especial de prisiones de Madrid. Desde este puesto intentó detener las sacas de presos de las cárceles de Madrid (traslados de grupos de reclusos que eran posteriormente fusilados en Paracuellos de Jarama y otros lugares cercanos a la capital), como Aravaca,​ aunque ante distintas presiones e interferencias para que estas prosiguiesen dimitió el día 14. Retomó su puesto el día 4 de diciembre tras las protestas del cuerpo diplomático y del presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez González. Sin embargo esta vez lo hizo con plenos poderes como Delegado General de Prisiones, otorgados por el entonces Ministro de Justicia del Gobierno republicano, el anarquista Juan García Oliver. Mediante la prohibición de los traslados entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana, Melchor Rodríguez consiguió detener las matanzas de Paracuellos y la situación de terror de las cárceles, al precio de enfrentarse con algunos dirigentes comunistas que pretendían seguir con ello, como la Junta de Defensa de Madrid, controlada por los comunistas José Cazorla y Santiago Carrillo, y con gran riesgo de su vida en varias ocasiones según testimonios de numerosos testigos presenciales.

Tuvo pues la responsabilidad no solo de vigilar los regímenes y prevenir las fugas, sino también de evitar las agresiones y linchamientos de presos​ perpetrados hasta su llegada por diferentes milicias políticas, así como terminar con las sacas que se venían produciendo hasta entonces. Las sacas documentadas más numerosas tuvieron lugar en la Cárcel Modelo de Madrid a principios de noviembre de 1936, cuando el frente de guerra estaba ya muy cerca de los barrios del oeste de la capital, circunstancia que indujo el traslado masivo de reclusos hacia otras prisiones tales como la de Alicante o la cárcel de Alcalá de Henares, al este de la provincia de Madrid. Muchos de los prisioneros nunca llegaron a su destino, siendo fusilados en localidades como Paracuellos de Jarama o Torrejón de Ardoz, a medio camino entre Madrid y Alcalá. Melchor Rodríguez consiguió detener estas atrocidades, lo que le llevó a enfrentarse con algunos cabecillas de las milicias antes mencionadas, con evidente riesgo para su propia vida. A partir de su nombramiento, y receloso de que sus órdenes pudiesen ser incumplidas, Rodríguez se ocupó de organizar y escoltar personalmente los convoyes de traslado, garantizando de ese modo que los prisioneros llegaban a salvo a su destino.

Una de las primeras medidas tomadas por Melchor Rodríguez como delegado de prisiones fue la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida sin su autorización personal la salida de presos de las cárceles entre las siete de la tarde y las siete de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los paseos nocturnos de prisioneros. La expresión era un eufemismo de la época para denominar a los numerosos asesinatos de reclusos que habían sido puestos en libertad poco tiempo antes, lo que solía suceder durante las horas de la noche.

A finales de julio de 1936 Melchor se incautó, junto con tres colaboradores de su confianza, del Palacio de Viana, sito en el número 1 de la calle del Duque de Rivas de Madrid.​ El palacio sirvió durante casi toda la guerra de refugio para muchas personas perseguidas como sospechosas de desafección al Gobierno, algunas de las cuales fueron rescatadas in extremis de la cárcel por el propio Melchor, cuando ya habían sido condenadas a muerte por un Tribunal Popular. Para ello Rodríguez García se valía de su prestigio revolucionario y su cargo público, dando entender a los captores que él y sus colaboradores (constituidos en una célula anarquista de la FAI a la que denominaron Los Libertos) se encargarían de aplicar la sentencia. El Palacio de Viana sufrió el impacto de una bomba de aviación, resultando heridas la mujer e hija de Melchor Rodríguez. La familia se trasladó entonces a un piso en el Paseo de Recoletos 23 de Madrid, en el que Melchor prosiguió sus actividades humanitarias. En numerosas ocasiones proporcionó documentos (tales como carnets de la C.N.T. o avales personales) a personas perseguidas, y gestionó el traslado de algunas de ellas a embajadas tales como la de Finlandia o Rumanía para garantizar su seguridad. En varias ocasiones llegó al extremo de proporcionar pasaportes y transporte a Francia a familias en peligro de muerte, y al menos en una ocasión acompañó personalmente a los evadidos hasta Perpiñán (Francia).​ Muchas de las personas huidas de España con salvoconductos de Los Libertos eran sospechosas de haber apoyado la rebelión de los militares golpistas;​ testigos afirman que, al cruzar la frontera, se contemplaba la escena de alguno de estos protegidos levantando el brazo al modo fascista y exclamando: «¡Arriba España, viva Franco!». Dado el poder de la FAI en los primeros meses del conflicto, el certificado expedido por este grupo anarquista era casi siempre el único medio para poder salir del país, por encima de los documentos oficiales del Gobierno republicano o de la Generalidad de Cataluña.

Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que la aviación del bando nacional bombardease Alcalá de Henares (8 de diciembre de 1936). Una concentración de protesta en la que participaban milicianos armados llegó a la prisión de Alcalá, entrando los cabecillas hasta el primer rastrillo donde exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos. Rodríguez acudió a la prisión y arriesgó su vida enfrentándose a la turba durante varias horas. Dio orden de entregar armas a los reclusos en caso de que los asaltantes persistiesen en su empeño.

En esta y otras intervenciones similares (p.e. en la Cárcel Modelo de Madrid) consiguió personalmente impedir vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, prácticas frecuentes hasta su llegada al cargo. Así salvó in extremis la vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio del humanitarismo de Melchor Rodríguez García (p.e. los militares Agustín Muñoz Grandes y Valentín Galarza, Ramón Serrano Súñer –que luego formaría parte de los gobiernos de Franco–, el Dr. Mariano Gómez Ulla, los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena, el locutor Bobby Deglané, el futbolista Ricardo Zamora y los falangistas Rafael Sánchez Mazas y Raimundo Fernández-Cuesta, entre otros).

En otra ocasión, Melchor Rodríguez denunció que José Cazorla, Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid mantenía cárceles privadas ilegales, al parecer controladas por miembros del Partido Comunista.

Todas estas acciones le valieron ser conocido por las gentes de la derecha como El ángel rojo. A él se atribuye la famosa máxima: «Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas».

El 1 de marzo de 1937 fue destituido de su cargo tras una larga serie de desavenencias con los comunistas, particularmente con José Cazorla quien había sucedido a Carrillo al frente de la consejería de Orden Público el 24 de diciembre de 1936. Melchor Rodríguez pasó a ocuparse de la oficina responsable de los cementerios de Madrid. A partir de entonces volvieron en buena medida los antiguos excesos contra los reclusos, aunque las sacas masivas de presos de noviembre y diciembre de 1936 ya no volvieron a repetirse. A pesar de la brevedad de su paso por la Delegación de Prisiones, apenas tres meses, todos los autores que se han ocupado de la figura de Rodríguez coinciden en que el número de personas que salvaron la vida gracias a su intervención puede cifrarse en varios miles.​ Melchor Rodríguez continuó en cualquier caso denunciando la situación desde su nuevo empleo, en el que volvió a significarse en varias ocasiones asumiendo riesgos considerables. Un ejemplo de ello fue el entierro de su amigo Serafín Álvarez Quintero el 13 de abril de 1938, en el que Rodríguez consiguió que se exhibiera un crucifijo cumpliendo así la última voluntad de su amigo.

Rodríguez fue también nombrado concejal de Madrid, representando a la Federación Anarquista Ibérica. Segismundo Casado lo nombró alcalde de Madrid en los últimos días de la guerra, siendo él el encargado de traspasar los poderes a los franquistas cuando se rindió Madrid, el 28 de marzo de 1939.


Os Salvaré La Vida. Leguina, Joaquín y Buren, Rubén. Madrid, 2017. Editorial Espasa. ISBN 9788467050516
El ángel rojo. MELCHOR RODRIGUEZ, EL ANARQUISTA QUE SALVO A SUS ENEMIGOS. Domingo, Alfonso. Editorial
ESPUELA DE PLATA, 2021
Melchor Rodríguez, el Schindler de la FAI, por Rafael Cid
Melchor Rodríguez, "El ángel rojo"
"Melchor Rodríguez García; "El Ángel Rojo": Reconocimiento a una figura olvidada"
"La entrega de Madrid"
Melchor Rodríguez, el "ángel rojo" de la Guerra Civil, tendrá calle en Madrid