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Telegrafistas y naufragios

Por Francisco Pérez puche
Publicado el miércoles, 13 enero 2021


HISTORIAS DE LA RADIO
El naufragio del «Mariano Benlliure», en 1916

En ocasiones especialmente terribles, la telegrafía sin hilos no pudo ayudar a los buques que llevaban a bordo sus equipos, pero se convirtió en el amargo testimonio de la desgracia que los hizo perderse en el mar. A primeros de enero de 1916, Valencia se vistió de luto cuando se confirmó la noticia de que el buque «Mariano Benlliure» se había perdido, con los 45 hombres que llevaba a bordo, en el cuso de un duro temporal en las inmediaciones de las islas Scilly. Impotentes, los servicios telegráficos recibieron las novedades telegráficas que el buque fue dando sobre su avería, sus dificultades, la mala mar y el choque irremediable con la costa. El armador todavía recibió un radiograma que es famoso en el mundo de la mar: «Continuamos en las mismas condiciones aguantando el temporal. Imposible salvarnos. Dentro de pocos minutos pereceremos 45 hombres. Adiós. Segarra». La entereza del capitán Segarra, veterano marino de Villajoyosa llenó de luto los poblados marítimos de Valencia, de donde eran vecinos casi todos los tripulantes.

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Siete años después, en octubre de 1922, la historia se repitió con características muy similares: en este caso el naufragio fue el del buque «Guillem Sorolla», de la Transmediterránea, que hacía un flete parecido al de su antecesor: llevar cebollas o naranjas a Inglaterra y regresar con carga de carbón. El radiograma, en este caso, fue recogido por la estación de la Torre Eiffel que lo rebotó a la naviera, que a su vez dio la alerta general. Pero el «Guillem Sorolla», en medio de un temporal, solo pudo dar señales de auxilio en la larga noche del 28 de octubre; nadie pudo acudir en su ayudam en las inmediaciones de las islas Ouessant. Tras un largo silencio, la estación de radio de Cádiz confirmó el naufragio del buque y la muerte de todos sus tripulantes.

Con todo, la radio no siempre acompañaba naufragios, sino también salvamentos. Y se extendía por el mundo facilitando la vida. La Estación Enológica de Requena quería instalar radio para recibir los partes meteorológicos de la Torre Eiffel y poder luchar contra el granizo en el verano; el Papa estaba esperando que le pusieran una emisora-receptora en los jardines del Vaticano; el rey hablaba desde el palacio de la Magdalena con buques españoles y extranjeros y la conexión Madrid-Melilla funcionaba muy bien, según una noticia que se pudo leer en septiembre de 1921… después de que entre julio y agosto España hubiera perdido unos 9.000 soldados en el curso de unas trágicas jornadas de la guerra de Marruecos conocidas como el Desastre de Annual.

Una cabina de radio de los años veinte

Alegrías y tragedias. Naufragios y derrotas. Comunicación a fin de cuentas, que se necesitaba cada vez más rápida y fiable y que requería de servidores muy esforzados. Juan Bautista Robert, el gran especialista de asuntos del mar de «Las Provincias», no dudó en calificar a la telegrafía sin hilos como «la gran bienhechora de la navegación». Su artículo de 23 de enero de 1923 estuvo dedicado a los radiotelegrafistas y a su trabajo, heroico en no pocas ocasiones.


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